DIOS PADRE MADRE

 DESDE ZARAGOZA, ESPAÑA

23 de NOVIEMBRE de 2023

EL SAN DE CADA DÍA


SAN CLEMENTE I, papa y mártir. Testigo inmediato de la tradición de los apóstoles, había nacido en Roma y fue el tercer sucesor de San Pedro en el gobierno de la Iglesia del año 88 al 97/101. Reorganizó la comunidad de Roma, dividió la ciudad en siete sectores, encomendados a siete diáconos, y mandó redactar con cuidado las Actas de los Mártires. Escribió una importante carta a los cristianos de Corinto para restaurar entre ellos la paz y la concordia. Esta carta es el primer testimonio escrito que tenemos del ministerio papal como solicitud por la unidad en la fe y la caridad de todas las Iglesias. Selló con su sangre el testimonio de su fe. Según una antigua tradición, fue desterrado por el emperador Trajano a tierras del Ponto, concretamente al Quersoneso, actual península de Crimea, y condenado a trabajos forzados, picar piedra en las canteras de mármol, junto con muchos cristianos, a los que sirvió de guía y consuelo. Hoy se conmemora el sepelio de su cuerpo en Roma.- Oración: Dios todopoderoso y eterno, que te muestras admirable en la gloria de tus santos, concédenos celebrar con alegría la fiesta de san Clemente, sacerdote y mártir de tu Hijo, que dio testimonio con su muerte de los misterios que celebraba y confirmó con el ejemplo lo que predicó con su palabra. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

LA PALABRA

23 de noviembre de 2023


Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella.

 

1.-Oración introductoria.


Señor, hay escenas en el evangelio tan emotivas, tan escalofriantes, que sólo los que tengan un corazón de piedra como aquellos paisanos tuyos de Jerusalén, pueden rechazar o quedar indiferentes. Normalmente, a los hombres nos cuesta llorar. Parece que es un signo de debilidad, propio de las mujeres. Pero Tú, el hombre cabal, el hombre perfecto, el hombre por antonomasia, has gustado el amargo sabor de las lágrimas. Así te has hecho más hermano. Gracias, Señor, por tus lágrimas.


2.- Lectura reposada del evangelio. Lucas 19, 41-44

En aquel tiempo, al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita.


3.- Qué nos dice el texto


Meditación-reflexión


Me impresionan y me emocionan estas palabras del Evangelio: “Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella”. Sus lágrimas son expresión de “impotencia”. Dios respeta tanto nuestra libertad que prefiere ser rechazado antes de verse obligado a realizar algo en contra de la voluntad de su pueblo. Jesús habla, dialoga, sugiere, ofrece la salvación…pero jamás tira la puerta de nuestra libertad. “Estoy a la puerta y llamo” (Ap. 3,20). Llama y espera. Si se le abre, entra; si se le cierra la puerta, se va; pero con los ojos arrasados en lágrimas.  Si no le importara su pueblo, si no tuviera cariño por su pueblo, se marcharía tranquilo después de haber hecho todo lo que podía hacer. Pero Jesús ama a su pueblo, a su ciudad: “Jerusalén, Jerusalén…cuantas veces te he querido reunir como la gallina a sus polluelos, y no has querido” (Mt. 23,37). Las lágrimas de Jesús son expresión de ternura, de amor incomprendido y rechazado. Las lágrimas de Jesús nos hablan de un Dios cercano, que tiene entrañas de misericordia, que se alegra con nosotros cuando nosotros reímos y sufre con nosotros cuando nosotros lloramos.  ¡Qué finura de amor!


Palabra del Papa


“También esta enseñanza de Jesús es importante verla en el contexto concreto, existencial en la que Él la ha transmitido. En este caso, el evangelista Lucas nos muestra  a Jesús que está caminando con sus discípulos hacia Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección, y en este camino les educa confiándoles lo que Él mismo lleva en el corazón, las actitudes profundas de su alma.

Entre estas actitudes están el desapego de los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y, también, la vigilancia interior, la espera activa del Reino de Dios. Para Jesús es la espera de la vuelta a la casa del Padre. Para nosotros es la espera de Cristo mismo, que vendrá a cogernos para llevarnos a la fiesta sin fin» (S.S. Francisco, 11 de agosto de 2013).


4.- Qué me dice hoy a mí este texto que acabo de meditar. 


5.-Propósito. Un rato de silencio para dar gracias a Dios porque Jesús, a través de sus lágrimas,  nos ha revelado el amor entrañable de Dios.


6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.


Señor, he entrado en la oración con mi corazón emocionado y salgo de ella con mi corazón enternecido. Tus lágrimas sobre la ciudad de Jerusalén me hablan de las veces que Tú has llorado por mí cuando me he empeñado en cerrar la puerta de mi corazón a tus llamadas. He sido duro, terco, insensible a tus dulces palabras, a tu suave invitación, a tanto derroche de cariño que has tenido conmigo. Gracias, Señor, por tanto amor. Te prometo desde hoy abrirte de par en par la puerta de mi corazón. Entra, Señor, a cenar conmigo. ¡Te necesito! Y, por favor, quédate siempre a mi lado.

EL RETO

HOY EL RETO DEL AMOR ES CONTEMPLAR AL OTRO EN LA BELLEZA DE SU IMPERFECCIÓN

 

Hola, buenos días, hoy Israel nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.


LA IMPERFECTA BELLEZA


Cuando estoy en mi turno de cocina, me encanta sentarme a desayunar mirando por la ventana. Siempre se ve el mismo viejo nogal; sin embargo, según la época del año, el Señor nos regala un paisaje completamente diferente. No hay día que no despierte en mí un bonito asombro ante la belleza que puedo contemplar.

Esta vez, entre su ramaje solo quedaban unas pocas hojas. Pero precisamente, la caída de las hojas favorecía que los primeros rayos de sol se colasen entre sus ramas hasta la ventana. ¡Qué bonito!

Contemplándolo, me daba cuenta de que en la naturaleza nada es perfecto. Ninguna rama es recta, ni simétrica, ni hay dos iguales, algunas están secas... La naturaleza no es perfecta, pero eso no nos estorba; al contrario, hay una belleza inigualable en ella.

Pero pensaba que, en cambio, cuando contemplamos al hermano, a la persona que tenemos al lado, no lo vemos del mismo modo. Sus "imperfecciones" no las suelo ver tan bellas. Sin embargo, cada día el Señor nos enseña precisamente que es a través de lo frágil donde mejor se manifiesta Su grandeza.

Al igual que nuestro nogal, el otro tiene "sus ramas" desiguales. Pero cuando están verdes y frondosas, nos cobijan del calor veraniego, y cuando pierden poco a poco las hojas, dejan pasar hacia nosotros los rayos de la Luz del Señor.

Muchas veces luchamos por una perfección con la medida de nuestro criterio, e incluso a veces logramos aparentarlo. El Señor nos dijo "sed perfectos", pero desde mi punto de vista no se refería a lo externo; Su criterio es el Amor. Nuestra naturaleza es frágil, y por ello avanzamos más cuando amamos la propia fragilidad, porque solo amando mi realidad como la ama el Señor puedo dejarme salvar por Él. Y entonces la debilidad del otro ya no me estorba tanto; al contrario, el Señor va haciendo que poco a poco la pueda amar también.

Hoy el reto del amor es contemplar al otro en la belleza de su imperfección. Así como eres, y así como estás, te ama el Señor. Porque así necesitas ser amado, porque ahí te dejas salvar por Él. Con esta mirada sobre nosotros mismos, pidámosle al Señor Sus ojos para mirar así también a los demás.

VIVE DE CRISTO

¡¡¡Feliz día!!!

IMAGEN Y FE

Vista de Jerusalén,

Fotografiado por Joseph-Philibert Girault de Prangey (1804-1892),

Daguerrotipo,

Foto tomada en 1844,

© Museo Smithsonian, Washington


Reflexión sobre el daguerrotipo


Jesús derramar lágrimas sobre Jerusalén' dice Lucas. En general, Lucas tiende a restar importancia a las emociones de Jesús en su evangelio. Sin embargo, en el evangelio de hoy presenta a Jesús llorando sobre la ciudad de Jerusalén. Las lágrimas que derramamos a menudo dicen mucho de lo que sentimos por alguien o por algo. En la lectura del evangelio de esta mañana se describe a Jesús llorando por la ciudad de Jerusalén. Jesús sentía un profundo amor por esta ciudad y su gente. Jesús previó que los dirigentes de la ciudad, los miembros del Sanedrín, lo rechazarían y harían que lo crucificaran. También previó el sitio de Jerusalén en el año 70 d.C., cuando el ejército romano capturaría la ciudad y destruiría tanto la ciudad como su Templo. Muchos motivos para estar triste.

 

Sin embargo, los evangelios sugieren que el Señor no nos abandonará fácilmente. Aunque le rechacemos o nos resistamos a él, siempre está a nuestro lado. Las lágrimas que Jesús derrama a veces sobre nosotros no le amargan ni le cierran el corazón; sus lágrimas son siempre lágrimas de amor, un amor fiel que perdura frente a la resistencia humana.

 

La fotografía que hoy nos ocupa, de Joseph-Philibert Girault de Prangey, es la primera que se tomó de Jerusalén y data de 1844. Las diversas fotografías de Jerusalén que tomó en ese año no se descubrieron hasta la década de 1920 en un almacén de su finca. En sentido estricto, no se trata de una foto, sino de un daguerrotipo. Inventada en 1839, esta nueva y revolucionaria técnica de obtención de imágenes requería que el daguerrotipista puliera una lámina de cobre plateado hasta conseguir un acabado de espejo, la tratara con vapores (vapor de yodo) que hacían su superficie sensible a la luz y, a continuación, la expusiera en una cámara. Cada daguerrotipo es una imagen única, ya que el proceso no permitía una duplicación fácil. Producía una imagen positiva directa sobre una superficie de plata pulida. Los daguerrotipos resultantes eran imágenes únicas, muy detalladas, con una claridad notable y un brillo plateado característico. Nuestra imagen transmite, en efecto, una imagen muy atmosférica de una ciudad que a lo largo de su historia ha sido capturada, reconquistada, destruida, etc... una ciudad sobre la que Jesús derramó lágrimas....

Metáfora de la Vida Consagrada

¿Merece la pena ser cigüeña?


“Somos como aves migratorias...” (Ernesto cardenal)


¡Ay! -Se lamentaba la cigüeña desde lo alto de la espadaña de la iglesia- Cada día es más difícil ser Cigüeña.
Y una mirada de nostalgia la devolvió a tiempos pasados donde ser cigüeña era todo un privilegio inalcanzable para la mayoría de la aves migratorias.
Abundaban charcas apetecibles donde bullían las culebras y los sapos. Estaba asegurado nuestro sustento y nuestro futuro. Ahora las charcas se han desecado, los animales apetecibles escasean y la contaminación avanza tocando con sus dedos sucios las pupilas transparentes del agua.
Eran numerosas las torres de las iglesias, enhiestas y elegantes, lejos del alcance de los desaprensivos. ¡Qué seguridad teníamos entonces, nosotros y nuestros cigoñinos! Ahora las espadañas se han derrumbado y los postes eléctricos se convierten para nosotras en una amenaza permanente. ¡Cuántos de nuestros congéneres se han visto sorprendidos por una descarga hasta quedar reducidos a cenizas!
¡Éramos tantas! Daba envidia contemplar nuestro vuelo, todas uniformadas, cruzando el cielo ante la admiración de todas las aves. Ahora los pesticidas, los cables de alta tensión, los cazadores furtivos, nos han convertido en un blanco fácil y en una presa segura. ¡Nos extinguimos!
Nuestras crías disfrutaban en lo alto de la torre, seguras de su alimento. Hoy nos vemos obligadas a merodear por los basureros, a la caza de cualquier desperdicio humano, olvidado entre el hedor de los suburbios de la marginación. ¡Ah! ¡Qué injusta ha sido la vida con nosotras!
En estos pensamientos andaba cuando un viento fuerte, arreció contra ella y sus plumas se vieron envueltas en un incontrolable vaivén. ¡Vaya! -Se dijo- Va siendo hora de emigrar a tierras más apacibles. Este viento es agresivo e inmisericorde. Y decidió ponerse en camino hacia el sur.
Quiso levantar el vuelo pero le faltaban fuerzas. No tenía reservas suficientes en su piel y sus plumas estaban manchadas por la suciedad del estercolero. Es el fin, -pensó por un instante- No seré capaz de soportar el frío del cierzo y el azote del vendaval en lo alto de la espadaña. Y miró resignada al cielo dispuesta a soportar el destino implacable que parecía cernirse sobre ella.
El inmenso nido, otro tiempo ocupado por dos o tres cigoñinos, se veía vacío y triste. ¡Si al menos –pensaba la cigüeña- hubiera podido criar un cigoñino para sentir su compañía y su calor, en medio del invierno, todo sería más llevadero! Pero aquel año la crueldad de los insecticidas había envenenado al único cigoñino después de haber levantado su primer vuelo. Éste fue el golpe más duro. Y hasta llegó a pensar que ya no merecía la pena ser cigüeña en aquellas circunstancias.
Se acurrucó en la inmensidad de su nido, su viejo nido, en la espadaña de la vieja iglesia, esperando que el destino tomara la última decisión.
De repente una sombra amenazante cubrió, como un zarpazo, el nido de la espadaña. ¡Fuera de aquí, estúpido! ¿Crees que soy un puñado de carroña? El águila, alertada por la debilidad de la cigüeña, se acercó amenazante por si podía sacar alguna tajada de la situación. Siempre estaba al acecho.
La cigüeña, se levantó enhiesta, infló su pecho y comenzó un ruidoso crotoreo, como en los mejores tiempos, y consiguió alejar al águila señorial y amenazante. Un sentimiento de orgullo la invadió por entero. ¡Aún no estoy muerta! –pensó- Me queda mucha dignidad y orgullo para seguir luchando por mí y por mi futuro. ¡Vete de aquí pajarraco de mal agüero!
Un rayo de luz, apareció entonces, entre los oscuros nubarrones que presagiaban el invierno, y su calor, aunque débil, consiguió acariciar el plumaje de la cigüeña y hasta calentar suavemente sus miembros ateridos. Sintió que el corazón le latía más aprisa y que un nuevo vigor inundaba su corazón.
Soy vieja –pensó- estoy sola y cansada, me acecha el frío del invierno, pero nadie podrá arrebatarme mis mejores recuerdos, mis experiencias vividas ni mi ilusión escondida. Soy una cigüeña y seguiré siéndolo hasta el último instante de mi vida. Y levantando el vuelo se puso en camino con la mirada puesta en el sur y sin perder de vista el sol que era su orientación y su energía más necesaria.
Al cruzar la vieja loma que protegía el pueblo, descubrió emocionada que otras cigüeñas, en bandada, volaban también hacia el sur aprovechando la inmensa misericordia del sol venido de lo alto. Y apurando sus últimas fuerzas se colocó al final de la bandada y sintió que su cansancio se aliviaba.
La corriente de aire del vuelo de sus compañeras facilitaba su vuelo y le ahorraba esfuerzos innecesarios. ¡Es hermoso –se dijo- saberse acompañada en el vuelo! Y notó que el cansancio de todas se hacía menor con la unidad de todas. Quedarse sola, en lo alto de la espadaña, hubiera sido su condena.
En la superficie se veían las iglesias, abandonadas por las cigüeñas, solas y tristes. Y pensó que sólo por ser belleza de las iglesias merecía la pena volver de nuevo el próximo año.
Había que cambiar de estrategia –eso parecía claro- porque no podía vivir eternamente añorando tiempos pasados, que ya no volverían, ni soñando con grandes bandadas que ya no existían. Cada día tiene su afán.
Su presencia en lo alto de la torre era suficiente para llenar de colorido y de fiesta el viejo pueblo y recordar a las gentes que llegaba San Blas, y con él, un tiempo nuevo de anunciada primavera que volvía a imponerse a la crueldad del invierno.
Al fin y al cabo ella no era un ave sagrada, ni estaba por encima de la realidad de cualquier ave, ni siquiera estaba convocada a tener privilegios especiales por su condición de cigüeña. Pero, eso sí, tenía derecho a su nido. Ese nido que año tras año había ocupado y que había heredado de sus antepasados. Un nido que había construido con su esfuerzo y en el que había criado sus cigoñinos.
En los últimos tiempos habían querido quitar su nido de la torre de la vieja iglesia porque pesaba demasiado y rompía la esbeltez de la espadaña. Pero ella no estaba dispuesta a ceder ni un solo palmo. Las torres de las iglesias necesitan su nido para ser ellas mismas y cada nido necesita sus cigüeñas. Y decidió que si, en su ausencia, quitaban el nido de la vieja espadaña, ella volvería de nuevo por San Blas y comenzaría de nuevo, rama a rama, a confeccionar su nido otra vez.
El sol del sur calentaba con más fuerza sus miembros y la cigüeña sentía que sus músculos cansados por el largo viaje se llenaban de vigor. No hay invierno que no sea por fin vencido, pensó. No hay crisis que no encuentre su ocaso. Tal vez sea necesario volar más hacia el sur donde no hay grandes torres de iglesia pero sí hay hermosas charcas y viejos árboles capaces de acoger a las cigüeñas y agradecerles su presencia.
Parece claro que las cigüeñas necesitan del sol para vivir y, si les falta, se mueren ateridas por el frío del invierno. Sin perder la vista del sol merece la pena ser cigüeña. Cigüeñas libres, como el viento, dispuestas a marchar hacia cualquier lugar, porque siempre habrá una torre más o menos noble dispuesta a acoger un nido para sus cigoñinos.

Ya es tiempo de buscar al Señor!

Busquemos al Señor en la oración. Búscale en su creación, en una flor, en una montaña, en un atardecer, búscale en la Eucaristía, búscale en la confesión, búscale en cada prójim


De Oseas, 10

Una vez el profeta Oseas, hablando al pueblo que había caído en la idolatría, les motivó así:   ¡ya es tiempo de buscar al Señor!

¡Qué bonita invitación!  Pudieras ser alguien que ha perdido mucho tiempo en tonterías, o que se ha ido por caminos muy lejos del Señor, o que ha desperdiciado buena parte de su vida…, pero siempre se puede llegar a este punto:  ¡ya es tiempo de buscar al Señor!

 

La invitación del profeta Oseas es algo así como:  “déjate de tonterías, de perder el tiempo, de desperdiciar tu vida, es ya tiempo de buscar al Señor”.  Y también es como decir:  “nunca es tarde para buscar al Señor, tu Señor es tan bueno y paciente que está dispuesto a esperarte todo lo que haga falta”.  Claro que esto no es para abusar de su paciencia sino para que justo en ese momento en que lo descubrimos nos lancemos decididos y confiados a buscar al Señor. 

Busquemos al Señor en la oración.  Búscale en su creación, en una flor, en una montaña, en un atardecer, búscale en la Eucaristía, búscale en la confesión, búscale en cada prójimo, búscale en una alegría, en un triunfo, búscale en un problema, en una derrota, en una preocupación…  ¡Sé un gran buscador de Dios cada día!

Oración de perdón

Padre bueno y misericordioso digno de
alabanza y adoración; hoy te doy gracias
por tu amor tierno y compasivo porque
perdonas mis faltas y las apartas de tu vista
sin que ellas disminuyan tu amor por mí.

Hoy quiero suplicarte una gracia especial,
concédele a mi corazón el poder comprender
la debilidad de mis hermanos, el entender
que aquellos que me han herido tal vez
también estaban heridos que no podían
dar lo que no tenían, por inmadurez o
ignorancia.

Dame, mi Dios, un corazón tolerante,
comprensivo y misericordioso como el tuyo.

Señor, dame la gracia de amar con tu
corazón.

Amén 

Un canto a la vida naciente y vulnerable

por José F. Vaquero

 

La muerte siempre llega en mal momento. Siempre nos sorprende de modo inesperado, nos duele. Y más cuando se trata de un familiar muy querido, de un padre o una madre, de un hijo. Más duro aún es la muerte del hijo que no ha llegado al momento del alumbramiento, a eso que llamamos “nacimiento”. Tras unos meses de embarazo, a veces la vida termina, y termina antes de lo esperado. O termina a las pocas horas, a los pocos días del alumbramiento.

Es una situación dura, y con frecuencia poco conocida, lo que la endurece aún más. Y con el nivel actual de la ciencia, es un hecho que muchas veces se prevé y se conoce durante el embarazo. En estos casos, las ecografías, las distintas pruebas, preanuncian con bastante fiabilidad lo que está por suceder.

Desde hace unos meses esta realidad tiene un poco más de visibilidad jurídica en España. Los bebés nacidos sin vida, y con más de seis meses de gestación, pueden ser inscritos como tal en el Registro Civil. Y esta norma tiene carácter retroactivo durante los primeros dos años. Es decir, que se pueden registrar estos hijos, aunque hayan nacido hace unos meses o unos años.

También desde hace ya dos años, esta dura experiencia tiene su hueco en los servicios ofrecidos por una funeraria, En Vela. Este proyecto surge para acompañar a los padres cuando su hijo nace sin vida, o cuando fallece a las pocas horas o pocos días. En muchas ocasiones ya se conoce durante el embarazo que el bebé vivirá pocas horas, o pocos días, y hay padres amantes de la vida, y respetuosos de este don, que quieren vivir en plenitud y con generosidad esta singular paternidad. Es duro, cierto, pero escuchar algunos testimonios te esponja el alma de admiración y amor por la vida.

Es el caso, por ejemplo, de Estefanía, madre joven, quien cuenta cómo recibió un diagnóstico demoledor a las 10 semanas de embarazo: el feto no llegará a término, y si vive, lo hará pocas horas. Un dolor que crees que no vas a soportar, según cuenta ella misma. Pero a la vez te convences de que “la vida no te pertenece”. “Seis maravillosos meses dentro de mi vientre”. “He disfrutado de mi embarazo”. Son frases que conmueven, más cuando la escuchas de alguien que constata, médico a médico y prueba a prueba, que el diagnóstico es demoledor. "Lo velamos en casa", recuerda Estefanía, "en el sofá donde le hubiera dado el pecho, en nuestra cama, en nuestro hogar".

Confiesa que no habla desde la fe, un don que de momento no ha recibido. Habla desde el amor a la vida. Ahí hicieron familia, se entregaron a su hijo, incluso con una donación mayor que la generosidad de muchas madres para con sus hijos. Han disfrutado cada momento, confiesa uno de los miembros de En Vela. Han vivido intensamente, llenos de cariño, de mimo, incluso dentro de la dureza de la situación.

Toda vida es digna, más allá de sus posibilidades y capacidades. En Vela sabe acompañar a estos matrimonios, escucharles, amarles, y también (¿por qué no?) admirarles y felicitarles.

Ni indigente ni mendigo

Esa tarde iba a pagar el alquiler del piso. Como me sobraba media hora hasta que abrieran la caja, en vez de darme un paseo por el centro matando el tiempo, se me ocurrió ir a la estación de autobuses para ver si estaba algún amigo y charlar con alguien. Al cruzar la esquina en un banco cercano a la estación me encontré a Joaquín. Le pregunté como estaba, si anoche tuvo visita de los otros voluntarios de Café Solidario*, que si le habían traído galletas. Le conté que el fin de semana pasado le vi cruzando una calle y me dijo que va por aquella zona porque tiene un amigo en un bar que le da de desayunar y de comer gratis; pero que cuando empiece el mes y tenga dinero le tiene que pagar porque no quiere estar en deuda con él; que es muy majo y que cada uno tiene que dar lo que puede –me dice. También me cuenta sus proyectos de ir a dormir a una pensión ahora que le van a dar la paga extra ya que le piden otro mes de fianza…

Así siguió la conversación largo rato, contándome su historia, su trabajo, muchos problemas y preocupaciones, algún que otro sueño. Allí estuvimos cerca de una hora, él abriéndome su vida, yo, escuchando, en aquel banco, su casa, de ambiente otoñal pero cálido de encuentro. De toda aquella conversación me impactó algo que me contó, que quizás no sea lo más importante, pero habla mucho de nuestros prejuicios. Él solía ir habitualmente a otro bar a tomar un pincho y un chato de vino, hasta que un día el camarero le dijo –de manera educada- que no volviese por allí. Joaquín preguntó porqué y el dueño del bar le dijo que otro cliente le había visto durmiendo en la calle y que por eso aunque le pagara las consumiciones no quería que entrara más en su local. Esa fue la razón por la que no le permiten entrar al bar: no tener techo donde dormir. 

Quizá el del bar piense que da mala imagen para su negocio, o el otro cliente quiere vivir en su burbuja sin relacionarse con otros que lo estén pasando mal. Quizá no sea guapo, ni huela a perfume, ¿y qué? Joaquín es un hombre de carne y hueso, no es un indigente, ni un mendigo: es sobre todo persona, hijo de Dios, igual que tú y que yo. Y yo me quedo rumiando: ¿qué quiero para mi casa y mi vida?, ¿ser local VIP, o ser un hogar algo cutre pero que sea cruce de caminos? 

[* Programa de Red Íncola de atención en la calle a personas sin hogar en Valladolid]

Eduardo Menchaca

«Las cosas han dejado de ser negras»

Estos días casi no hace falta abrir el periódico para saber qué noticias más o menos trae. Sabemos que Cataluña, el último huracán, y el más reciente evento deportivo van a ocupar casi dos tercios de la prensa. Sin embargo, de vez en cuando te llevas una sorpresa y descubres noticias como la que apareció esta semana, que contaba la historia de Rubén, un hombre que pasó de vivir en los aledaños de Anoeta, el estadio de la Real Sociedad, a trabajar en él y poder tener su propia casa.

Ante noticias como estas es normal que la primera reacción sea de alegría, de esperanza. Como dice Rubén al contar su presente, ve la vida «maravillosa, llena de colores». Es como esos signos que nos recuerdan que el Reino también se construye hoy. Aquellos que están al borde del camino, que han sido descartados, no permanecerán así siempre. Si somos más bien de los que ven el vaso medio vacío, podemos pensar que, aunque queda mucha gente al borde del camino, lo que nos puede conducir al pesimismo, o, mejor, al impulso de querer trabajar con más ahínco para salir a su encuentro.

También podemos preguntarnos cómo podemos cambiar esa situación de descarte que tantos viven en nuestro mundo y a nuestro alrededor. La historia de Rubén nos da alguna clave. Cuenta él que la posibilidad de trabajar para la Real Sociedad le vino después de que el periódico contara su historia, y el equipo de fútbol se interesara por él. Es decir, vino cuando pudo recobrar su voz, hacerse visible, cuando le fue dada la oportunidad de explicar quién era. Para Rubén el problema era la invisibilidad: «es terrible la indiferencia, ver cómo los demás vuelven la cabeza cuando te ven».

Quizás sea ese el gesto que nos falta, volver la cabeza. Hacernos conscientes de que están ahí, porque como con algunas ilusiones ópticas, una vez que los has visto, no puedes dejar de hacerlo. No puedes olvidarte de lo negras que están las cosas para algunos. Y eso no nos deja indiferentes. Pero primero tenemos que volver la cabeza.

Mt 25, 44 hoy

Ellos replicarán:

– Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, inmigrante o desnudo, enfermo o encarcelado y no te socorrimos?

Él responderá:
– Os aseguro que cada vez que a uno de éstos más pequeños le respondisteis «vete a Cáritas» (o a Migra Studium, o a Pueblos Unidos, o a Red Íncola...); cada vez que os bastó firmar una campaña de change.org para olvidaros de su necesidad; cada vez que exigisteis que viniese derivado de alguna entidad; cada vez que os justificasteis diciendo que erais un grupo de 'reflexión' y no de 'acción'; cada vez que saciasteis vuestra conciencia con una mera foto de denuncia en vuestro muro; cada vez que quedasteis satisfechos enseñando el camino al comedor social; cada vez que os repetís de nuevo «la próxima vez sí, pero ahora no es el momento»; cada vez que le pedisteis su trabajador social, su referente o su programa de inserción; cada vez que salisteis a la calle con carteles de 'Welcome refugees' o «Bienvenidos» pero luego estabais demasiado ocupados y con demasiado miedo para abrir vuestra puerta; cada vez que condicionasteis vuestra acogida a que hablase bien castellano y fuese educado; cada vez que priorizásteis la incidencia a la necesidad que llamaba a vuestra puerta; cada vez que os excusasteis con un «en los tiempos que corren y con las noticias que nos llegan...»; cada vez que vuestro objetivo fue un selfie que consiguiese más 'likes'; cada vez que silenciasteis vuestra conciencia con un «algo habrá hecho para estar así»; cada vez que os venció la duda «¿y si es un ladrón o un terrorista?»; cada vez que vuestra respuesta fue «sí, pero depende de a qué hora»...
...fue a mí a quien se lo hicisteis.

Nuestra historia

Una de las paradojas de la vida es que hay situaciones históricas que se repiten. Tendrán actores y escenarios diferentes, pero los hechos tienen unas similitudes que llaman la atención. Podemos ver cómo, cada cierto tiempo, nos volvemos a replantear la búsqueda de «la verdadera democracia» y acudimos a las fuentes griegas para que nos iluminen y a las construcciones democráticas modernas que se hicieron en 1787 al otro lado del charco o en 1791, tras la gran revolución europea. También nos asustamos cuando percibimos el aumento de extremismos políticos que pretenden rememorar situaciones históricas muy desagradables. O, también, nos preguntamos por «nuestra verdadera identidad» cuando el individualismo aprieta y los nacionalismos se enfatizan: ¿quiénes somos? ¿en qué nos parecemos o diferenciamos de los demás? Preguntas que son lugares comunes a lo largo de los siglos, pero ¿por qué sucede eso?

El hilo de la historia no se rompe. Puede ser que nosotros no seamos conscientes del mismo, pero la narración histórica sigue su curso nos guste o no. Por eso es tan importante conocer nuestra historia. Dijo el filósofo español Jorge Ruiz de Santayana que «Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo». Por esa razón es importante conocer lo que nosotros, los seres humanos, hemos ido haciendo a lo largo de la historia.

La formación histórica nos enseña a conocer y valorar lo que hemos ido construyendo con el paso del tiempo. Buena o mala, nuestra historia es la que es. Hemos construido grandes imperios; hemos devastado y arrasado poblaciones más débiles, pero también hemos protegido a los más desfavorecidos con los derechos humanos; hemos conformado identidades sociales y culturales a través de creaciones artísticas, pictóricas o literarias; hemos avanzado en el descubrimiento científico de nuestra naturaleza, pero también hemos creado «armas» que destruyen nuestro planeta. Muchas cosas que necesitamos, insisto, conocer.

Por eso, llama la atención que en la reforma que se plantea desde el Ministerio de Educación del Gobierno para el estudio de la Historia de España en los grados de Bachillerato (post-obligatorio) se quiera dejar de lado épocas históricas tan importantes para el conocimiento de la misma como son la época de los Austrias, Al-Andalus o la unión dinástica de los Reyes Católicos. Que el argumento sea que «hay mucha materia» nos debería de hacer pensar sobre el modelo de enseñanza de la Historia, no sobre cuánta materia hay que quitar. Conociendo de primera mano el gran esfuerzo que hacen los docentes en sus aulas, me sorprende que aún hoy estemos con métodos de enseñanza que tenían nuestros abuelos (clases magistrales) y que todavía no hayamos encontrado otros sistemas de aprendizaje efectivo mejores y más adaptados. Los últimos cursos escolares están sometidos a la dictadura de la EBAU y quizás tengan menos capacidad de maniobra para buscar alternativas, pero ¿la mejor solución es quitar contenido?

No puedo evitar que permee en mí la sombra de una cierta intención política frente a dicha decisión. Ya sabemos que el conocimiento es poder y que los planes de formación educativa son golosinas para nuestros gobernantes. Cada uno quiere «mover la historia» a su gusto, pero ¿es eso justo?

En cualquier caso, y sea cual sea la razón que lleve a eliminar materia de los planes de formación en Bachillerato, el problema lo tendrán nuestros jóvenes, víctimas de una realidad sobrevenida, que conocerán menos nuestra historia y se podrán preguntar menos por ella.
Ante el peligro de las «certezas emocionales» que dominan el panorama actual, me viene la frase que decía el gran historiador Heródoto: «Si uno empieza con certezas acabará con dudas, pero si se conforma con empezar con dudas conseguirá acabar con certezas aun faltando las palabras». Pues bien, que las dudas sobre nuestra Historia no nos dejen de acompañar para que así, con el tiempo, la lectura, el estudio y la conversación con gente sabia, podamos alcanzar algunas certezas tengamos o no palabras.

La nueva censura

Una escuela de Barcelona retira 200 cuentos infantiles de su biblioteca al considerarlos «tóxicos», entre ellos Caperucita Roja, La Bella Durmiente o, incluso, la leyenda de Sant Jordi. Detrás de todo: la creencia de que algunos de estos libros tradicionales reproducen patrones sexistas. Sobre la mesa preguntas como por qué los héroes tienen que ser varones y las niñas temerosas o por qué un dragón debe morir. Propuestas que en aras de romper estereotipos habituales cuestionan hasta qué punto podemos juzgar de la noche a la mañana la cultura de un pueblo.

Nos encontramos en un momento en el que el feminismo no es una moda, la igualdad de género es una urgencia y algunos hablan del siglo XXI como el siglo de la mujer. Pero cuanto más conscientes nos hacemos de su importancia, más fino debe de ser el análisis. La perspectiva de género es necesaria, pero no puede ser el único criterio –algo extensible al resto de ismos...–. Usar un único enfoque nos puede llevar a un análisis de buenos y malos, de blancos y negros. Y lo peor, que huyendo de una posible manipulación –no creo que Perrault, los hermanos Grimm, Andersen y compañía conspirasen en la sombra– podemos caer en otra manipulación aún peor: la de creernos jueces de la historia, maestros de la sospecha y creadores de una cultura a la medida de nuestros propios intereses.

Los clásicos permanecen por ser capaces de tener sentido y significado en cada generación. La cultura es una expresión plástica del sentir de un pueblo, es capaz de poner nombre, palabra o imagen a las vivencias más profundas de las personas. Es cierto que hay patrones de otro tiempo en la cultura que hemos heredado, pero la solución no pasa por resetear la realidad y empezar de cero. Actualizar no consiste en demonizar lo anterior, sino en aprender del pasado para crear espacios justos y saber interpretar la tradición en toda su complejidad.

Para este curso: ver el telediario

Motivos para No ver el telediario que se esgrimen con bastante frecuencia. Total, es lo de siempre. Las mismas noticias, las mismas caras, los mismos titulares de siempre: que si los bancos tal; que ahora viene la sección de corruptos, que a ver qué dicen hoy de Trump, Merkel, Mariano, Pedro o el lucero del alba; que total, a mí solo me interesan los deportes. Que es que yo no soy mucho de seguir la actualidad, yo soy más de cosas espirituales; Que paso de política. Que ya me informo en Twitter, que es mucho más inmediato. Que me pone de mal humor. Que no estoy yo para perder el tiempo…

Pues, aunque me repatee, aunque a veces acabe indignado, aunque los telediarios no tengan demasiado criterio y pongan juntas la noticia de una hambruna y una convención de gastronomía para gourmets (que ocurre), creo que hay que hacerse el propósito de verlos. Al menos alguno. Con cierta regularidad. En la cadena que sea (la que más te guste, o la que menos te disguste). No por el telediario en sí, sino por la necesidad de seguir la actualidad. No vale decir que es que a mí no me interesa demasiado. No vale decir que como todo es tan rápido y fugaz yo ya me dedico a las verdades eternas y las dinámicas interiores. No vale darle la espalda a la vida diaria, considerando que uno está por encima de esas dinámicas colectivas que parecen pan y circo para ser utilizado en las redes sociales.

La fe nos pide estar en el mundo. Estar en el mundo es tener los pies en la tierra cotidiana. Asomarnos a los problemas de hombres y mujeres que pelean, cada día, por sobrevivir, por encontrar su lugar. Es zambullirnos en las tensiones, dinámicas y polémicas, de nuestra sociedad efervescente y alocada, para tener en ella una opinión. Es poder tener un ojo en el evangelio y el otro en la cultura, la sociedad, la economía o la política, para aprender a hacer las conexiones.

Quien dice ver el telediario, podría decir igualmente leer el periódico, o asomarte, de alguna forma, a las noticias. Pero lo que creo que es inexcusable, urgente y necesario, es seguir la actualidad. Con toda la carga y capacidad crítica que uno quiera, pero también con la conciencia de que esa misma actualidad es hoy el escenario más real de nuestro compromiso con la fe, la justicia y el evangelio.

Erase una vez... otro cuento

Recuerdo mi infancia rodeada de cuentos y libros. Ellos se convirtieron en mi pasión (muy por encima de las muñecas y otros juguetes). Fueron los culpables de que no parara de preguntar a mis padres qué letra era esta y cuál aquella otra, y cómo sonaban juntas. Antes de que aprendiese a leer, les tenía fritos pidiéndoles que me leyeran una y otra vez los mismos cuentos hasta que por fin me los aprendía de memoria: sabía cuándo hacer una pausa, cuándo exclamar o preguntar, cuándo pasar la página... Eso me permitía «leérselos» a mis abuelos, cuando lo que hacía era recitárselos de memoria.

Junto con los cuentos, las películas de Disney fueron conformando mi infancia…¡y también mi juventud, para qué engañarnos! Acrecentaron mi deseo de poder inventar historias que contar a los demás. Y también aprendí…

Aprendí de Caperucita Roja a no hablar con extraños; de Los tres cerditos a ser previsora y a que las cosas hay que hacerlas bien; de La Cenicienta, a no guardar rencor a los que me ponen zancadillas; de Alicia en el País de las Maravillas, que el tiempo es oro, y que hay que tener cuidado con aquellos que, sin atender a razones, solo quieren cortar cabezas; de La Bella y la Bestia, que la belleza, cómo no, está en el interior; y de Blancanieves, que hay que ser generosa con quien (o quienes) te alojan en tu casa cuando te encuentras en apuros.

Pero de ninguno de ellos aprendí que el fin de una mujer es esperar al príncipe azul, ni que una mujer necesita que un hombre la rescate, ni mucho menos que el beso final del príncipe a Blancanieves es un acto de agresión por no dar esta su consentimiento al estar dormida, como algunos han llegado a decir en estos últimos días. ¿Y saben por qué no aprendí de los cuentos ninguna de estas cosas? Porque he tenido unos padres que se encargaron de enseñarme a convertirme en una mujer independiente y formada, con sentido crítico. Y también me lo enseñaron los profesores, los libros, la pareja, y los buenos amigos. Y la vida, que es buena maestra. Y Cristo, otro que usó mucho los relatos para enseñar.

Es una pena que nos hayamos convertido en tan restrictivos y cerrados, y que encima lo estemos haciendo en pro del buenismo y la corrección. Los cuentos hay que leerlos en el contexto en el que fueron escritos, sujetos a una época y a unas costumbres concretas, a una mentalidad determinada. Es un error juzgar con los ojos de hoy lo que se hizo o se escribió en otros tiempos bajo otras premisas, pero sí es un acierto aprender que hubo otras formas de entender la vida y de contar historias. Quizás eso ayude a que, lo que no haya salido bien, se mejore.

Mientras tanto, esperemos no terminar como la sociedad que Ray Bradbury nos describió en su obra Fahrenheit 451, quemando libros y obligando a los amantes de la lectura a memorizar las grandes obras para no ser olvidadas. Menos mal que yo ya tengo algo de experiencia en eso de aprenderme de memoria cuentos. Por si hiciera falta.

Almudena Colorado

Cambios culturales

Durante la Antigüedad existía la llamada práctica de la «exposición» de los niños. Consistía en que, para que un bebé formara parte de la familia, este debía ser recogido del suelo por su padre después de su nacimiento, que, con este gesto significaba que reconocía a ese niño como parte de su familia. En el caso contrario, el niño era expuesto (de ahí la palabra «expósito») en una plaza, donde podía ser recogido por otra familia, o bien abandonado en el campo, donde moriría o bien de hambre o bien porque sería comido por algún animal salvaje.

Cualquiera que hoy sienta esta historia, siente un escalofrío y piensa en la maldad de esta práctica, o en por qué nadie veía la maldad de la misma o se alzaba en su contra. Sin embargo, en la época era algo comúnmente aceptado. La razón no es que aquellas personas fueran peores que nosotros, sino, más bien, que habían aceptado unas razones por las cuales se «entendía» y «exculpaba» el mal menor de esta práctica. Porque, si los niños se abandonaban era por razones que, para ellos eran «justificadas». Es decir, o bien porque era un niño débil y enfermo, que difícilmente podría sobrevivir o, en el caso de hacerlo, sería una carga para la familia, o porque era fruto de un embarazo no deseado, o bien porque sus padres no podían hacerse cargo de los costes de su manutención.

Lo interesante del caso es que precisamente fueron los cristianos los que comenzaron a alzarse en contra de esta práctica, puesto que reconocían que Dios era el único que tenía poder para dar la vida y, por tanto, toda vida debía ser salvada. Sobra decir que esta cuestión, a sus contemporáneos, les pareció exagerada, delirante y fundamentalista, puesto que se trataba de algo socialmente aceptado y justificado. Pero, poco a poco, el mensaje cristiano fue calando en la sociedad, haciendo comprender que, dentro de esta aparente locura, había un verdadero mensaje de humanidad, que había estado escondido entre razones lógicas y económicas.

Este es el punto importante del asunto, puesto que nos muestra que el cristianismo, cuando se deja guiar por la fe de modo valiente, es capaz de cambiar prácticas culturales hasta el punto de revelar su peligrosidad. Es cierto que algunos dirán que el cristianismo, mal orientado, también es capaz de lo contrario, puesto que se mueve entre las luces y las sombras, las verdades y los autoengaños inherentes a toda experiencia humana. Pero, lo cierto es que como cristianos deberíamos cuestionarnos no sólo qué prácticas de nuestra sociedad van contra la humanidad que viene de Dios, sino también hacerlo con aquellas incoherencias de nuestra vida que tendemos constantemente a justificar.

¿Miedo o prudencia?

Creo que en muchos casos, las generaciones más jóvenes de creyentes disfrazan de prudencia lo que en realidad es miedo. Y así, en ocasiones esconden sus opiniones, dejan de llevar a cabo sus iniciativas o lo realizan por otros cauces que no son, por decirlo de alguna manera, los oficiales.

 

Lo curioso y triste de este asunto es que en muchos casos observo que este miedo no se dirige tanto a los que están «fuera» como a algunos de los que están «dentro».

 

Y es que, muchos de los jóvenes de hoy no tienen demasiado miedo a las opiniones de sus contemporáneos porque han crecido en medio de un ambiente no cristiano, indiferente y plural. Por ello no esconden sus creencias ante sus compañeros ateos o agnósticos, puesto que están acostumbrados a convivir con ellos; a compartir desde distintos puntos de vista; a hacerse respetar o, simplemente, a soportar sus prejuicios o su fría indiferencia.

 

Sin embargo, observo cómo este miedo se da en ocasiones hacia quien, desde dentro de la Iglesia, vive desde otra sensibilidad, marcada por la vivencia de otras épocas. Yo mismo, al escribir estas palabras, siento el miedo de saber que se comentarán en grupos de WhatsApp, comedores y pasillos, tildándolas de exageradas, «ofendiditas», o conservadoras. Del mismo modo, los jóvenes tienen miedo, no sólo de escribir o de hablar, sino de proponer y llevar a cabo iniciativas en ámbitos eclesiales, por temor a las consabidas respuestas de aquellos que, siendo mayores que ellos, tratan de convencerles de que esa no es la sensibilidad de hoy, o eso no va a llegar a nadie, no va en línea con esta o aquella eclesiología, o está equivocado.

 

Y así, muchas veces el miedo repliega a los jóvenes hacia el ámbito de lo privado, o acaba haciéndoles claudicar de acciones, por miedo a no ser entendidas, o a causar un disgusto a aquellos que en su día causaron unos cuantos a los que les precedieron.

 

El Padre Arrupe afirmaba que no temía al nuevo mundo que veía surgir, sino que le daba miedo imaginar que los jesuitas tuvieran poco o nada que decir en él, y se mantuvieran con los brazos cruzados por miedo a equivocarse. ¿Qué diría pues si viera a tantos jóvenes parados por miedo a que su paso adelante sea interpretado como un paso atrás?

¡Qué triste y qué difícil es avanzar hacia el futuro con miedo! Y, más todavía es hacerlo mientras en el corazón resuenan las palabras de Cristo a sus discípulos: «¡no temáis!

ATARDECE

Contigo, mi pobre Dios

Ojalá, Señor, te llegue mi voz.
Aquí estoy.

Sin grandes palabras que decir.
Sin grandes obras que ofrecer.
Sin grandes gestos que hacer.
Solo aquí. Solo. Contigo.

Recibiré aquello que quieras darme:
luz o sombra. Canto o silencio.
Esperanza o frío. Suerte o adversidad.
Alegría o intranquilidad. Calma o tormenta.

Y lo recibiré sereno,
con un corazón pacífico,
porque sé que tú, mi Dios,
también eres un Dios pobre.
Un Dios a veces solo.
Un Dios que no exige, sino que invita.
Que no fuerza, sino que espera.
Que no obliga, sino que ama.

Y lo mismo haré en mi mundo,
con mis gentes, con mi vida:
aceptar lo que venga como un regalo.
Eliminar de mi diccionario la exigencia.
Subrayar el verbo “dar”.
Preguntar a menudo: “¿Qué necesitas?”
“¿Qué puedo hacer por vos?”,
y decir pocas veces “quiero” o “dame”.

Y así sigo, Dios: Aquí,
sin más, en soledad.
En silencio.
Contigo, mi Dios pobre